Los terapeutas de trauma se enfrentan regularmente al impacto de la vergüenza sobre la capacidad de sus pacientes de encontrar alivio y perspectivas, incluso con un buen tratamiento. Las sensaciones de falta de valía e incompetencia interfieren con la aceptación de las experiencias positivas, dejando únicamente desesperanza. El aumento de la capacidad de afirmación personal se ve debilitado por sistemas de creencias sobre la valía o el merecimiento. El progreso del tratamiento, el creciente alivio de los síntomas, incluso un mayor éxito en la vida tienden a evocar vergüenza y juicios sobre uno mismo, en lugar de orgullo. Pese a los mejores esfuerzos del terapeuta, estas emociones inamovibles de vergüenza y odio hacia uno mismo con frecuencia debilitan el tratamiento.