Tal como se describe en el criterio A del trastorno de estrés postraumático (APA, 1994), la visión clásica del trauma considera a éste desde la perspectiva del evento traumatizante y sus características: una amenaza para la integridad física de uno mismo y de los demás. Pero en la infancia, muchas amenazas percibidas provienen más de las señales afectivas y de la accesibilidad del cuidador que del nivel real de peligro físico o el riesgo para la supervivencia (Schuder & Lyons-Ruth, 2004). Una forma de traumatización que a menudo se pasa por alto son los llamados “traumas ocultos” que se refieren a la incapacidad del cuidador para modular la desregulación afectiva (Schuder & Lyons-Ruth (2004).
Distintos estudios han descrito una comorbilidad frecuente entre TEPT y TLP (Driessen et al, 2002; McLean & Gallop, 2003; Harned, Rizvi, & Linehan 2010; Pagura et al, 2010; Pietrzak et al, 2010). Otros encuentran una relación entre TLP y abuso emocional (Kingdon et al, 2010) y distintos tipos de abuso (Grover, 2007; Tyrka et al, 2009). Una historia de trauma en la infancia predice un mal pronóstico en pacientes borderline (Gunderson, 2006). Los síntomas de TEPT predicen junto con la sintomatología disociativa las conductas autodestructivas (Spitzer et al, 2000; Sansone et al, 1995).